lunes, 10 de noviembre de 2008

Decálogo maquiavélico sobre el liderazgo




Respetar los vicios de los demás

No se suele necesitar que se acepten las virtudes de uno, mientras que los sonrojantes vicios y necesidades que tenemos son duros de sobrellevar. No suele ser práctico intentar cambiar a la gente para bien en esos términos, es algo muy anglosajón y que hace sentirse incómoda a la persona. Es deseable para alguien ser aceptado, incluso siendo un vicioso sexual que necesita ser felado constantemente, como una persona romántica y que necesita una relación aromática, hormonal y platónica tanto como una droga. Aún válido en el caso de que a la persona no se le vaya a proporcionar ninguna satisfacción, por la comodidad y paz con sus pasiones que le reportará.


La persona aspira a merecer atención incluso por encima de recibirla.
A nadie le interesará un trabajo estúpido, banal y efectista para obtener un reconocimiento igualmente desapasionado o un envenenado halago que no está dispuesto a tragar. Sobre todo si se sabe que se tiene al alcance de uno mismo un merecimiento mayor. Es una causa frecuentísima de frustación para todos, que nos regimos sabiamente por la ley del mínimo esfuerzo pasando esto por alto.

La persona quiere más ser incitada al deseo que al objetivo.

Nadie recuerda demasiado las satisfacciones recibidas, como página pasada que son, pero aquellas cosas que uno desea son grandes y lúbricos ocupadores de espacio personal. Desde luego más bienes o bonos cuesta el tener que el desear, pero ni por asomo proporciona el tener las emociones del deseo. Hay que proporcionar a la persona algo que poder desear hasta un punto masturbatorio.

Toda acción de liderazgo sobre una persona le remite en algún sentido a la infancia y sus progenitores.

Al no ser la persona ya un infante, le compensaremos la infancia. Daremos el no al que recibió el si de pequeño y no pudo fortalecerse, y el si al que recibió el no y se sintió frustrado.
Sin embargo, no siempre será necesario un enfoque compensatorio, sino más bien en la proporción en que trate de un sujeto con una experiencia de infancia truncada o traumática.
Esto son convecciones operativas sin contenido que nada tendrán que ver con lo que luego haremos hacer a la persona. Sin embargo convendrá tenerlas en cuenta.

Ante un trabajo que debe hacer un subordinado. Se debe ayudar a hacer las cosas más inmorales y rastreras que es necesario que la persona haga en detrimento que las cosas edificantes y que cuestan mucho trabajo pero a la persona le gustaría conseguir hacer.
Para mandar en una persona es muy útil mandar en su moral, como bien saben líderes de todas las religiones.

Por último, un claro ejemplo.
En lugar de criticar el hecho de que el decálogo que se me ha proporcionado es amoral y no llega a los diez puntos necesarios para poder llamarse decálogo, lo aceptaré tal cual y lo usaré en mi favor si es posible, acción que, aún siendo la mejor para mi, no pensaba llevar a cabo, ya que me disponía a perder mi valioso tiempo insultando al autor, algo que hará que él me odie más que si me aprovecho de él por lo que me proporciona. (es curioso, pero para qué negarlo).

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